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Día 5 y 6: de Ouarzazate a Marrakech

Continuamos nuestro viaje de vuelta a Marrakech, haciendo dos paradas importantes por el Valle de Ounila: el tsar de Aït Benhaddou (patrimonio de la Unesco y conocido por ser el escenario de varias películas, especialmente Gladiator). La verdad es que ese tsar impacta mucho desde lejos, ya que está super conservado, y es bastante grande. Visitamos el interior de una vivienda, y nos hicimos las fotos de rigor (aparte de aprender una forma curiosa y creativa de pintura). Después de tomar el riguroso té de menta, con Aït Benhaddou de fondo, nos dirigimos a la segunda parada, que era el tsar, o Kasbah de Telouet, recorriendo el Valle de Ounila.

Cuando lo vimos exteriormente, da la impresión de ser otro kasbah a medio derruir, y sin embargo, el interior estaba perfectamente conservado (en gran parte, porque estuvo habitado por el Pashá de la zona hasta mediados del siglo XX); de hecho, tenía tres estructuras, construidas en diferentes periodos de tiempo.

Al atardecer, ya regresamos a la ciudad y con una copiosa cena, nos preparábamos ya para el último día de turismo en Marrakech.

La primera parada fueron las tumbas Saadianas, situadas en el barrio de La Kasba; después nos fuimos caminando hasta el Medersa Ben Youssef, que está junto al Museo de Marrakech. Era una universidad de estudios coránicos del siglo XVI. Después del recorrido, hicimos la parada para comer (entre otros platos, tajin), y nos adentrábamos a una de las curiosidades del viaje.

Un hammam es una especie de baño turco, que tiene sus raíces en las antiguas termas romanas. Como buenos exploradores, decidimos ir a uno de ellos. El hammam escogido por Xavi se encontraba muy cerca de souk; pasamos por una entrada estrecha, y después de despojarnos de la ropa, nos ducharon y nos metieron en un baño de vapor. Nos fueron llamando de dos en dos, y a cada uno nos aplicaron una capa “transparente” y de nuevo a esperar en el baño. Posteriormente nos “rasparon” y nos quitaron la piel muerta, para luego ponernoss encima “jabón negro”. Pasados unos minutos nosotros mismos nos echamos agua fría y finalmente una ducha refrescante. La verdad, nos sentíamos como ovejas en el matadero, aparte de la apariencia singular, aún así amable, de los encargados de la “aplicación” de los elementos cosméticos. Nos pusimos a descansar en la “sala chill out” y nos ofrecieron… (no, no era tajin), té de menta. Salimos de la sala y nos reencontramos con las chicas del grupo, cuyo turno era el siguiente.

Algunos nos fuimos por nuestra cuenta al souk, otros al hotel, y nos reencontramos por la noche para ir a la que sería nuestra última cena.

Ya en el restaurante (el más internacional de todo el viaje), pusimos en común nuestras experiencias (entre ellas, que las chicas fueron tratadas como reinas en el hammam; ¡si los chicos nos sentimos maltratados! jajaja), y estuvimos recordando todo lo vivido durante esa semana. Todos coincidimos en aquella sensación de haber estado mucho más tiempo, ¡es que recorrimos bastante! Era un ambiente festivo, pero también algo melancólico, porque sabíamos que al siguiente día ya era hora de regresar.

Así finalizo estas crónicas (no de Narnia), de lo que fueron unas vacaciones muy particulares. Marruecos me ofreció toda una aventura, pero está clarísimo que fue gracias a la gestión de Xavi, y del grupo en el que estaba. Fueron un conjunto de situaciones, personas, y características, que hicieron que esta ruta fuese especial.

Día 3: de Merzouga a Tinejdad

Día 13 de agosto… despertar sobre la duna. Estuvimos esperando el amanecer (un poco opacada debido a las nubes), pero aún así lo disfrutamos en grande. Bajamos la duna y tomamos algo de té, no sin antes probar el descenso sobre un skateboard. De nuevo montamos en dromedario y llegamos al hotel. Tomamos un desayuno recuperador y a las 10h ya estábamos saliendo de Merzouga para dirigirnos al Khorbat, un hotel que se encuentra en Tinejdad.

Antes de llegar al ksar (vale la pena aclarar en este punto, que pese a que se comúnmente se habla de kasbah, éste es el edificio central; el ksar es el conjunto de viviendas amuralladas), pasamos por el Valle del Ziz, en donde se encuentra una ruta de varios kasbahs (o ksars). Un paisaje con bastante esplendor, en donde se muestra el contraste de verde y desierto.

 

Al llegar al Khorbat, hicimos un recorrido alrededor del ksar, y el guía (que por cierto, una persona que nos dejó a todos sorprendidos por su alto nivel de conocimiento y nivel de idiomas), nos explicaba diferentes aspectos, tanto de tsar como políticos de Marruecos. Aprendimos la forma de vida del pueblo amazigh (imazighen en plural), y el conflicto con los árabes. También supimos que en el ksar los imazighen se estructuraban por familias, que formaban clanes; éstos formaban formaban semifacciones, que a su vez formaban facciones; varias facciones formaban tribus, y la reunión de tribus formaban confederaciones, que finalmente formarían las dinastías (si hay algún error, agradecería los comentarios :P)

Actualmente se está restaurando el ksar, gracias a la intervención de una universidad catalana, ya que se ha redescubierto el valor histórico y cultural del ksar.

Después de un recorrido intenso por la noche, estuvimos jugando un rato (jamás olvidaré la expresión “¡¡MIIIRAAAA!!”, puesto que dejó al descubierto que soy un inepto para las adivinanzas), y, con agotamiento marcado, nos fuimos a dormir.

PD: la cena fue: tajin.

Día 2: De N’knob, al desierto del Sahara (aka Erg Chebbi)

Después de pasar una noche corta en N’knob, la furgoneta nos recogió para ir a Rissani, un pueblo al suroeste, que nos acercaba más al desierto. Al llegar, descansamos un poco, y nos dispusimos a conocer el pueblo (que se resumió, a recorrer el souk).

Es imposible no hacer la comparación del souk (mercado tradicional marroquí) con Corabastos: puestos de carne al aire libre, venta de especias y los vendedores de fruta. El souk está dividido como en zonas especializadas: herrería, artesanía, comida, etc. La amabilidad de la gente local es increíble, y el concepto que tenía acerca de los marroquíes cambió bastante ese día:

¡Si quieres curarte de prejuicios, viaja!

Después de hacer las compras de rigor, nos fuimos a comer a un restaurante que estaba muy cerca. Teníamos tajín, omelette berber, té de menta, y bebidas varias.

La salida de Rissani fue marcada por la anécdota del asfalto derritiéndose, y unos 48º de fondo (repito: gracias a la humedad, eran perfectamente soportables). Llegamos al hotel en Merzouga (Mohajut), y yo estaba con la vista puesta en los dromedarios y en el desierto. ¡Vaya paisaje! Sólo he sentido un impacto igual de grande, y fue en el pirineo francés, cerca a Formiguères, mientras realizaba una marcha militar de rutina: el paisaje de los pirineos franceses de fondo me hacía sentir pequeño; en Merzouga fue una sensación similar.

18h y ya estábamos todos encima de un dromedario, y en “fila india”, nos adentramos en el desierto de Erg Chebbi. Con el Sol a cuestas, y nuestras sombras dibujadas en la arena, veíamos cómo el Sahara y sus 5000 km de extensión estaban delante nuestro.

Al llegar al campamento, con un atardecer precioso, dejamos lo poco que traiamos y comenzamos a subir, cuesta arriba, una de las dunas. Estuvimos unos minutos allí, y después de jugar a la “croqueta”, y a bajar corriendo por la duna, llegaba la hora de cenar.

Las personas que nos atendieron eran de origen berber (traducción que originalmente significa “bárbaros” según los romanos); ellos nos ofrecieron tajín y para beber “whisky berber”; aprendimos que generalmente se beben dos copas de “whisky berber”: el primer trago (primera copa) es dulce como el amor, el segundo amargo como la vida, y el tercero fuerte como la muerte (de ahí que sólo se beban los dos primeros). Al acabar de cenar, nos sorprendieron con un concierto, que al final se convirtió en una batalla musical: nuestros anfitriones interpretando música berber, contra nuestra música. Debo decir que hubiésemos hecho un mejor papel si el grupo me hubiese hecho caso cantando Mecano o Alaska, pero bueno. Entre juegos y demás, llegó la hora de ir a dormir, unos a la duna, y otros al campamento.

Dormir en el desierto ha sido una de las mejores experiencias que he tenido, y una de las mejores del viaje. Ver las estrellas fugaces, combinada con la sensación de estar perdido en medio de la nada, hace que los problemas se relativicen y tomen el tamaño minúsculo que tienen.